Thursday, November 24, 2005

Razones, Razones.


RAZONES, RAZONES.

Sé que vas a reprocharme lo de siempre, el horario y mis descuidos, mis libros esperando con paciencia de ladrones cerca de la lámpara, las medias tiradas en el piso simulando oscuros niños de poliéster y las cartas que nunca termino de escribir porque empiezan a nombrarte. El frasco de gomina numero cincuenta que traigo y jamás he usado, las pesadillas que amo contarte y mis escapadas a comprarte flores justo en el momento en que lograste arrancarme la corbata. Mi abrazo maniatando tus tobillos de ave desvelada en un cielo de sábanas de seda y los anteojos recetados que perdí con las botellas.. La foto de la Sarli con su armadura de pezones brotando del escote y las pisadas de mi gato desmintiendo el brillo de la cera. El final de mi cuento de bandidos, tus calzones negros en trayectoria kamikaze hasta los zócalos del cuarto y el cuaderno tapa blanda con poemas manuscritos. El trapecista subido a los canteros de aquel martes de ginebra, el punto seguido de todo amanecer sin ropas y las comas ondulantes de las velas que dibujan bailarinas de taberna marroquí en tu espalda semiplana. El diario doblado como las bufandas de los serenos del galpón de Ecuador al 700 y las tripas de tu pava ESSEN escapando por el pico enamoradas de un cometa de vapor con destino de azulejo. Tu voz buscándome en lo oscuro y mis manos llevándome a tus pechos. Mi amigo Tarro que parece un muñequito vudú envuelto en su bandera de los santos y el cenicero de vidrio recibiendo generoso veinte cigarrillos que agonizan asistidos por mitades de isopos doloridos. La birome colorada meando el bolsillo izquierdo de mi camisa Dior, mis chistes de zaguanes y señoras que barren las veredas los domingos bien temprano. Las gambetas del Pibe Valderrama desparramando zagueros centrales en el canal de las estrellas, las entradas al ciclo de cine chicano y el boxeo en vivo y en directo. El ciento cuatro a Mataderos que nunca llega en este horario y nuestra espera entre basura de negocios coreanos en Estación Once. Tus ojos desorbitados porque se acercan cuatro mas de tantos otros y no tengo los bíceps que hacen falta.
Y yo solo quiero explicarte que perseguir tu risa por la Avenida jamás me ha parecido una tarea absurda porque he logrado alcanzarla varias veces y atarla a mi cuello como un pañuelo de colores claros que resuelve traicionarme y me estrangula por las tardes, cuando decís que por hoy hemos tenido bastante y esquivando los perros de Plaza Francia emprendemos el regreso a casa. Es necesario que sepas que las tazas siguen cobijando el café que te compraba los domingos, que este dos del dos voy a regalarte cuatro o cinco actitudes sin sentido que sean puntos de partida para un nuevo abandono, uno mas de mil quinientos no sé cuanto. Ya sabés, han quedado los cajones desbordados por tus Parissiennes Filtre y las paredes de la cocina oscurecidas por tus recetas de cocina japonesa en adhesivos copitec. Me imagino que anotaste los vasitos promoción de tus sobrinos y el toallón azul y rojo que llevabas a Tafí, los borcegos negros con seguro de abrojo y la pomada incolora marca Washington que tanto te costaba abrir y te marcaba quebraduras en el calcio de las uñas. El video de Las Cosas del Querer y el afiche del Teatro Negro de Praga, el solo de piano de Dave Grusin grabado treinta y ocho veces en el TDK A60 que le robamos a Quiroga después de haberle convidado varios litros de vino rosado y un tonel repleto de aceitunas.
Si pudieras escucharme hablar otra vez sobre mis miedos a las serpientes amazónicas y a los golpes de Estado, al liberalismo cuasi religioso, a las enemas y sopas de mi infancia, a las rodillas filosas de una novia anoréxica que he tenido y a los goles colombianos, dejarías la valija vomitando trapos a un costado de la cama y me dirías que te has hartado de mí y de mis seudo reflexiones sobre Faulkner y el salvajismo de sus palmeras analizados en el Instituto Lillo con microscopio y todo. Gritarías tu afán de libertades entendidas en tu departamentito de soltera entre mates sin azúcar y pasajes a la costa en los veranos, atardeceres de cáñamo indico y cuadros de Frida Khalo. En tan sólo tres minutos de estrictos relojes europeos todo el vecindario tendría acceso a nuestras tartas de manzanas y al jarabe para la tos que jamás debe faltarnos, al pelo rubio de Mariana lloviéndome en la cara, al portaligas que buscas desde hace días y que tu detectivesca conducta con matices Petroccelli comienza a sospecharlo motivo de morbo en el Bar de Los Poetas. Podrían medir tu valentía de noches anteriores al lograr dormir con jeans y sobretodo, aun teniéndome a tu lado. Pero yo necesito que sepas que no todo es platos por el aire como en Viaje a la Estrellas ni esquives con estilo Nicolino Locche en este cuarto de futuros ex amantes. Puede haber una caricia que rescate algún recuerdo, y estos muebles son testigos del maltrato al que han sido sometidos por tus caderas impiadosas imprimiéndoles mitades de duraznos nuevos a la pana polvorienta, mientras yo iba tras tus gestos, según la oferta de gemidos. No te pido que resumas lo que piensas, es demasiada pretensión en una mujer casada con un escritor sin libros propios y seducida por un ejecutivo de General Motors, uno de esos hombres que dan clases magistrales sobre como diagramar las mejores emboscadas. Es bastante comprensible lo que te has imaginado, ser primera dama de una biblioteca doméstica o sujetar la omnipotencia que te otorga un imperio de brillos conseguidos por exceso de fricción. Entonces, deja de gritar; quiero darte el último beso y después voy a ayudarte a cerrar la valija, a bajar los cuatro pisos y también puedo permitirte que conserves las dos llaves por las dudas. Y deberías entender que el volumen de la voz nunca encierra las razones, yo jamás he podido conseguirlas a pesar de haber hablado siempre en un tono excesivamente bajo. Prometo ocuparme del quiosquero, de la correspondencia a tu nombre, de lo que te olvides en este momento de pena individual y colectiva; de los retazos de tu imagen dibujándose en la puerta y de los niños que no supimos convocar a nuestra alfombra. Mientras sacas las palabras que te faltan de tu frasco de pastillas para dormir, llamo a un taxi si el autazo que anteanoche te esperaba a la vuelta de la esquina justo hoy tiene una reunión de directorio en una oficina de olores suaves en Puerto Madero. Y si el tachero empieza a hablarte de lo cara que es la vida en Buenos Aires, de la huelga de maestros, de las catorce horas al volante, solamente míralo con tu infinita tristeza derretida en los barrotes de agua tibia que encarcelan tus mejillas de manzanas, esas piedras blandas condenadas a morir siempre en tus zapatos, y dile que no hay dolor en este mundo que no tenga una enmienda de dicha y de fortuna, una bocanada de aire puro en este camino nauseabundo. Y que la Ciudad me espera boca arriba, pidiéndome que empiece a mojar mis pies en un río sin finales ni paréntesis posibles, para mirarte desde lejos y ofrecerle a ella tus sillones de pana polvorienta.